Berna, la Capital de Suiza
01/01/2011
Rodeada por el río Aar y con el trasfondo de los Alpes, es una de las ciudades históricas mejor conservadas. Un recorrido por sus calles de piedra y sus magníficos monumentos, iglesias y recovas.
Cada casa fue desintegrada por el fuego, con las llamas lamiendo las nubes y las cenizas tiñendo las aguas del río a sus pies. Pero sus habitantes sacaron fuerza de la desgracia con tanta determinación que reconstruyeron el pueblo, erigiendo en piedra lo que había sido de madera, dándole un envión de siglos. Hace poco menos de tres meses, el 14 de mayo, se cumplieron 600 años del incendio que intentó borrar a la ciudad de Berna de la faz de la tierra.
Sin embargo, aquel impulso fue formidable y hoy la capital de Suiza, es entre las ciudades señoriales, la más hermosa de Europa.
Un símbolo omnipresente
Hace más de un milenio, alguien decidió construir un castillo en un bosque de robles rodeado casi completamente por el río Aar. Pero el castillo fue destruido (hoy no es mucho más que una especulación arqueológica, aunque se pueden ver porciones de sus cimientos en Nydegg) y, pasado el tiempo, en el mismo lugar Berchtold V, duque de Zähringen, fundó Berna. Construyó las primeras casas con maderas de robles y alimentó a los colonos fundadores con su primera presa de caza, un oso.
Las casas de madera fueron devoradas por el fuego de 1405; los osos siguen siendo un símbolo omnipresente de la ciudad —que le debe su nombre: «oso» significa Bär, en alemán—; está en las estatuas de las fuentes, en los estandartes, en el escudo de armas de la ciudad, en cada motivo decorativo que identifique a Berna, e incluso hay osos vivos, mascotas cívicas, mantenidos en fosas construidas hace más de 300 años.
Berchtold V cerró la entrada por tierra al pueblo con un muro y de ahí en más él y sus descendientes Zähringen se dedicaron a la tarea de hacer florecer a Berna. Los berneses crecieron y se multiplicaron. El pueblo se expandió dentro del cerco que formaba el río y se fue corriendo el muro hacia afuera. Berna derrotó a las familias nobles del vecino reino de Burgundy en 1339 y se sumó a la Federación Suiza en 1353, medio siglo antes del incendio.
Paseo por la Edad Media
Puede uno perderse en el corazón de la señorial Berna, que surgió de las cenizas y prácticamente no ha cambiado en los últimos seis siglos. El trazado es casi el mismo; los edificios, calles y monumentos son los mismos.
El visitante sentirá crecer en su interior la intimidad con el mundo de la Edad Media, caminando por las deliciosas callejuelas de adoquines de Berna; entre las casas de piedra de arenisca; encontrándose con sus magníficas torres y sus fuentes en mitad de cualquier vía; cruzando el puente Untertorbrücke; observando los fuertes rasgos de los nativos; deambulando entre arcadas por las interminables recovas. Creará una cotidianidad hecha de paseos por la pequeña ciudad impecable, de visitas a las ferias —de Waisenhausplatz, de frutas y flores en Bärenplatz, la plaza del Parlamento, el mercado de pulgas en Mühleplatz—.
Cada vez que pueda, mirará la ciudad desde la torre de Zytglogge o desde la cúpula de la catedral de Münster. Antes de partir, contemplará a Berna desde el Rosengarten, desde el otro lado del río, y le costará despedirse. Es que se le habrán metido bajo la piel las casas y las calles de piedra, los árboles, que siguen creciendo en las barrancas de un modo tan silvestre como crecían en la época del duque de Zähringen, y el río, en el que tal vez se habrá zambullido.
Máquina del tiempo
El casco viejo está organizado en torno a la Torre del Reloj, la Zytglogge, emblema de Berna, construida en 1220 a las puertas del pueblo. Luego fue quedando dentro del conglomerado urbano para servir como cárcel de prostitutas, y después fue devorada por el fuego y reconstruida por los hombres. Fue entonces que se le colocó la impresionante máquina del tiempo que aún hoy muestra las horas del día, la posición del sol en el zodíaco, el día de la semana, la fecha y el mes, las fases de la luna y la altura del sol sobre el horizonte en cada momento del año.
Las piezas de este reloj fantástico son las mismas desde 1530. Puede visitarse el interior de la Zytglogge y examinarse el mecanismo. Afuera, minutos antes de cada hora aparecerán un gallo, un Cronos, un bufón y un desfile de osos.
Cerca del puente Untertorbrücke (de 1468, uno de los más antiguos del país), asentado en un gigantesco meandro, está el Matte, durante siglos barrio de trabajadores del puerto, pequeños comerciantes que andaban por el río y artesanos que llegaron a tener una identidad singular, con sus propios dialectos secretos —el mattenänglisch, originado en Hamburgo, y el alemán de Matte, con aportes de los gitanos de Suiza—.
En los 70, el Matte tuvo una fuerte transformación; la artesanía derivó hacia la alta tecnología y hoy es zona de empresas del mundo de la computación.
Caminando por la vera del río se llega a la zona de Marzili, que tiene algunas viejas fábricas convertidas en galerías de arte y disquerías, y también una pileta y una ribera parquizada con acceso al río. El turista puede dar otro paso en la intimidad con Berna y hacer lo que hacen los berneses —muchos en su hora de almuerzo—: darse un chapuzón en el Aar. Se deja la ropa en el vestuario de la pileta, se remonta el río, se salta al agua y se deja uno arrastrar por la correntada con la felicidad de un niño en el paraíso. La gente del lugar va hasta Marzili y vuelve al casco viejo en el Marzilibähnli, un funicular. Es un juguete, pero habrá que andar mucho mundo para encontrar encantos como éste.
Del otro lado del río están los osos vivos en sus fosas medievales (si quieren verse más animales, está el Dählhölzli Zoological Garden) y el Rosengarten, con su increíble colección botánica y, sobre todo, con su vista a Berna, la que hace entender por qué los viajes se guardan en el corazón.