Qué ver en Albacete: visítala, come… y vuelve
13/12/2024La Mancha es vivir con el viento en la cara y el horizonte infinito de campos de cebada, trigo y maíz. Es celebrar una comida al aire libre bajo la sombra de una encina, entre viñedos y molinos que cuentan historias de gigantes imaginados. Es salir a la calle y que las terrazas respiren el ruido de los lugareños riéndose de las pequeñas batallas cotidianas con un humor irónico y exagerado, a menudo sarcástico en referencia a la vida del campo, a las costumbres propias de la región y, siempre, al carácter de uno mismo. Es charlar dejando que el ritmo de la tarde marque los tiempos, sin prisa. Es una cerveza, una y otra, y después otra ronda. Unas migas y unos gazpachos. De postre, unos Miguelitos. Es una charla directa y sincera, sin ornamentos ni complacencia. La Mancha es castiza y Albacete es su definición más perfecta.
Pocas festividades se han visto más auténticas que la Feria de Albacete. Olvida la idea de convencer a alguien para entrar en una caseta. Prepárate, más bien, para escoger cuáles rechazar: las hay que existen para el deleite del paladar a base de ‘choripan’, otras en las que se baila con mojito en mano. En muchas entras y te teletransportas a cualquier discoteca que encontrarías en un paseo marítimo en verano.
Allí, el reto y orgullo pasan por ver quién aguanta los diez días que dura la feria, sin descanso. Pasa, también, por vestirse de manchega y beber de la bota (ensaya hasta que no se caiga nada por fuera para ser parte del grupo), por hacer cola para besar a la Virgen de los Llanos, mientras la ciudad late al ritmo de la fiesta más auténtica. Solo hay un imperativo: disfrutar, sin ningún tipo de etiqueta, para después, terminar la noche –o comenzar el día– en la pastelería Cristina.
Aunque su feria ha sido declarada de Interés Turístico Internacional en 2008, en Albacete si algo saben es de fiesta. Por eso no extraña que no sea el único que destaca de sus eventos. Siempre hay excusas para celebrar. Desde su Festival de Antorchas, pasando por el Jueves Lardero, hasta las tascas que invaden el paseo de la feria una vez acaba. Lo saben bien: la resaca, de toda la vida, se cura con más cañas, y en este caso también con caracoles y brasas, mientras se intercambian anécdotas.
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